El paisaje de Artigas, transformado tras el paso de una tormenta que arrasó con todo a su paso, muestra los efectos devastadores del granizo y los fuertes vientos.
Una tormenta de gran magnitud golpeó Artigas, trayendo consigo granizos enormes y la formación de una peligrosa supercélula. Los daños materiales son cuantiosos y la comunidad trabaja en su recuperación.
Baltasar Brum, tranquila como siempre, apenas comenzaba a sumergirse en el sueño profundo de la madrugada cuando los primeros golpes se escucharon. Pero no era una tormenta cualquiera. No, no era solo "lluvia fuerte". Lo que cayó fue una lluvia de granizo tan feroz que las piedras, enormes, algunas del tamaño de una pelota de tenis, comenzaron a destrozar todo a su paso. Las chapas resonaban como tambores, los techos parecían a punto de desmoronarse. ¿Quién iba a pensar que del cielo caerían piedras de 8 centímetros?
Las calles, que pocas horas antes habían estado quietas, ahora eran un caos de hielo y destrozos. Autos abollados, vidrios reventados, cultivos hechos pedazos. Imaginate ser productor en esa zona, después de meses de cuidar cada planta, ver cómo en cuestión de minutos todo queda reducido a nada. El golpe es brutal, no solo en lo material, sino en lo anímico. Es una sensación de impotencia que te deja helado, igual que las piedras que cayeron esa noche.
Entre los relatos, uno se repetía: “Nunca vi algo igual”. Y es que ni los más viejos del pueblo recordaban una tormenta con esta furia. Matías Mederos, que vive en el centro del pueblo, lo dijo claro: “Esto no fue solo granizo, esto fue una bomba de hielo”. Y no es para menos. Los videos que se viralizaron en redes sociales mostraban una lluvia de piedras cayendo con una violencia inusual. Techos perforados, coches destrozados y ese sonido incesante de las piedras rebotando sobre el suelo como si la tierra misma estuviera bajo ataque.
Pero ahí no termina todo. Porque mientras Baltasar Brum se enfrentaba al hielo, Bella Unión vivía otro infierno. Las supercélulas, esos fenómenos que uno cree que solo pasan en películas, hicieron su aparición. Las nubes giraban, formaban una especie de remolino oscuro que predecía lo peor. Los vientos, que ya venían fuertes, se desataron con furia, y la lluvia, esa que a veces alivia, esta vez cayó como una pared de agua imparable. En segundos, el paisaje cambió. Las calles, que solían ser polvorientas, ahora eran ríos, y los techos no podían más con la presión del agua.
Y ahí es cuando uno se pregunta, ¿qué está pasando con el clima? Porque si antes las tormentas tenían un patrón, ahora ya no se puede predecir nada. Las supercélulas, el granizo gigante, los vientos huracanados... todo parece fuera de control. Y no es que la gente del campo no esté acostumbrada a lidiar con la naturaleza, pero esto es diferente. Es más violento, más impredecible.
Para los productores rurales, esta tormenta no solo fue un golpe económico, fue un golpe emocional. Ver cómo lo que plantaron, lo que cuidaron con tanto esfuerzo, desaparece bajo una capa de hielo es devastador. “Es como si la naturaleza te estuviera diciendo que no importa cuánto trabajes, siempre te puede ganar”, comentaba Juana, una productora de Bella Unión que vio sus cultivos arrasados. Y eso es lo más difícil de asimilar.
Lo que quedó después fue un escenario desolador. Los vecinos, como siempre, salieron a ayudar, a reparar techos, a levantar lo que se podía. Pero esa sensación de que todo puede desaparecer de un momento a otro quedó en el aire. Porque si algo dejó claro esta tormenta es que ya nada es predecible. Hoy puede estar tranquilo, pero mañana... ¿quién sabe?
Y aunque la comunidad sigue adelante, con la misma resiliencia que siempre ha demostrado, hay una pregunta que flota en el aire: ¿es esto lo que nos espera a partir de ahora? La respuesta, por ahora, es incierta. Pero lo que es seguro es que, después de lo vivido esa noche, todos en Artigas estarán mirando al cielo con una mezcla de respeto y miedo. Porque si algo sabemos, es que la naturaleza no avisa cuando decide desatar su furia. Y cuando lo hace, uno solo puede esperar a que pase.
Sin embargo, como bien lo resumió Don Carlos, un vecino de toda la vida: “El uruguayo es de aguantar. Nos caemos, pero siempre nos levantamos. Aunque, entre nosotros, ojalá que la próxima vez el cielo sea un poco más amable”.