Los jugadores celebran un gol decisivo que marca un nuevo comienzo para el equipo en un emocionante partido. Foto de Ernesto Ryan
Uruguay vence 3-2 a Colombia con un gol agónico de Ugarte, rompiendo una mala racha y reavivando sus aspiraciones mundialistas.
El Estadio Centenario fue testigo, una vez más, de una de esas noches que quedaron grabadas a fuego en la memoria del fútbol uruguayo. Después de siete partidos sin conocer la victoria y una sequía goleadora que desesperaba, Uruguay logró imponerse 3-2 a Colombia en un duelo tan épico como cambiante. El gol de Manuel Ugarte en el minuto 100 no solo aseguró los tres puntos, sino que revitalizó las ilusiones de una selección que parecía arrinconada por las circunstancias.
El peso de la mochila: presión, lesiones y decisiones clave
No era un partido más. Uruguay llegaba a esta jornada arrastrando un karma de lesiones y suspensiones que había complicado todas las convocatorias previas. A esto se sumaba una presión latente: cada partido parecía un examen en el que los errores pesaban más que los aciertos. Sin embargo, en esta oportunidad, las piezas comenzaron a encajar.
El retorno de Rodrigo Bentancur, después de cumplir una suspensión y con apenas 11 de los últimos 23 partidos jugados, fue un factor determinante. Su presencia en el mediocampo no solo trajo equilibrio táctico, sino que desarrolló a Uruguay parte de la identidad perdida en los últimos encuentros. Fue, sin lugar a dudas, el engranaje que conectó al equipo con su mejor versión.
Marcelo Bielsa, fiel a su estilo, se sorprenderá con decisiones arriesgadas pero efectivas. Le dio la titularidad a Rodrigo Aguirre, delantero del América de México que debutaba en la celeste. La apuesta dio frutos: Aguirre no solo marcó un gol clave, sino que demostró ser la pieza que faltaba en el ataque, sobre todo considerando la sequía goleadora de Darwin Núñez en esta fase de las Eliminatorias.
El partido: un vaivén de emociones
Desde el inicio, quedó claro que este no sería un partido para cardíacos. Colombia abrió el marcador gracias a un error grosero del arquero Sergio Rochet, un gol que parecía sentenciar otra noche de frustraciones para los uruguayos. Pero el fútbol, con su dosis de ironía, tenía preparado un guion distinto.
El empate llegó de manera insólita: un centro sin aparente peligro de Marcelo Saracchi rebotó en dos jugadores colombianos y terminó en el fondo de la roja. Fue una de esas jugadas que parecen diseñadas por el azar, pero que devolvieron la confianza al equipo. Minutos después, Aguirre apareció para poner el 2-1, respondiendo con creces a la confianza de Bielsa.
Cuando todo parecía encaminarse hacia una victoria sufrida pero merecida, una desatención defensiva permitió a Colombia empatar en los descuentos. El 2-2 parecía el golpe definitivo para un equipo que, hasta ese momento, había dejado el alma en la cancha. Pero esta vez, Uruguay tenía una respuesta guardada.
En el último ataque del partido, cuando las piernas ya no daban y solo quedaba jugar con el corazón, apareció Manuel Ugarte. El volante, que había comenzado en el banco, marcó el 3-2 definitivo en el minuto 100, desatando la locura en las tribunas y devolviendo a la celeste esa chispa que parecía apagada.
El renacimiento de una ilusión
Este triunfo no es solo importante por los puntos obtenidos, que colocando a Uruguay en el segundo lugar de la tabla, con chances de cerrar el año junto a Argentina en la cima si los resultados acompañan. Es un triunfo que recupera la fe, que reconecta al equipo con su historia y que refuerza la idea de que esta selección tiene mucho para dar.
El mensaje de esta noche es claro: la celeste está viva. En un año cargado de altibajos, este partido marca un antes y un después. Con Bentancur como eje, Aguirre como revelación y Ugarte como héroe, Uruguay demostró que, incluso en el límite, puede encontrar su mejor versión.
La próxima semana, el equipo de Bielsa tendrá la oportunidad de confirmar este renacer. Pero, pase lo que pase, el triunfo ante Colombia quedará como la noche en la que la celeste volvió a creer, no solo en la magia del fútbol, sino en su propia capacidad de soñar en grande.
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