Un día histórico que marcó el inicio de una vida llena de relatos y misterios inolvidables.
Horacio Quiroga nació un 31 de diciembre, y con él llegó un genio de las letras que convirtió tragedias y selvas en relatos inmortales.
Dicen que el destino es mañero y que las cosas pasan porque tienen que pasar. Pero si alguien hubiese podido asomarse al futuro de Quiroga en ese momento, probablemente se habría quedado mudo. Nadie sospechaba que ese botija terminaría escribiendo relatos tan cargados de misterio y tragedia que hasta el mismo Poe podría haberle echado un guiño. Pero claro, antes de las letras vinieron las vivencias, y vaya si tuvo de esas.
La infancia de Horacio no fue ningún cuento de hadas, aunque tuvo algo de los paisajes que luego llenaron sus historias. Creció entre las orillas del río Uruguay, rodeado de una naturaleza que se hizo carne en él y, más tarde, en sus cuentos. Era un pibe observador, curioso, de esos que miran más allá de lo evidente. Y ese mirar se transformó en imaginar, en contar, en escribir.
Ya de grande, las cosas se torcieron de maneras que ni él podría haber imaginado. Una de las primeras bofetadas del destino fue la muerte accidental de un amigo cercano, algo que lo marcó para siempre. Después de eso, Horacio dejó su tierra y cruzó el charco hacia Buenos Aires, donde empezó a tejer su vida entre palabras. Allí, en medio de una ciudad que hervía de modernidad y ritmo, él se volcó a los cuentos, esos pedacitos de vida que podía comprimir en pocas páginas pero que se quedaban dando vueltas en la mente del lector.
Horacio Quiroga a los 18 años, frente a su casa natal en Salto |
El mundo que retrataba Quiroga no era sencillo ni amable. Era un reflejo de su propia vida, llena de pérdidas, dolores y también de momentos de intensa pasión creativa. Sus cuentos, como él mismo, eran duros pero reales, y quizá por eso conectaron tan profundamente con quienes los leyeron. Porque, en el fondo, todos llevamos algo de ese miedo a lo desconocido, a lo inevitable.
El 31 de diciembre no solo marca el fin de un año. En Salto, ese día también quedó grabado como el inicio de una historia que seguiría resonando a través de los años. Horacio Quiroga, el hombre que nació entre la calma y el bullicio de esa jornada, terminó siendo una figura central de la literatura latinoamericana, un cuentista que supo mirar a los ojos de la selva y del alma humana. Y todo empezó en ese rincón de Uruguay, bajo el calor de un diciembre que despedía el calendario.
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