La escena quedó acorde mientras las autoridades realizaban las investigaciones tras un trágico enfrentamiento.
El conflicto entre dos hombres culminó en tragedia. Autoridades investigan los hechos tras el hallazgo de un arma y la detención del sospechoso.
La Policía de Salto respondió a un llamado de emergencia en el barrio Nuevo Uruguay, donde un incidente grave había alterado la tranquilidad de la zona. En la intersección de las calles Tacuarembó y Pasaje 2, los efectivos encontraron a un hombre gravemente herido, tendido en el suelo. El lugar, envuelto en un silencio expectante, pronto se convirtió en el epicentro de una tragedia que marcaría la jornada.
El aviso inicial provino de un hombre de 64 años, quien, con voz entrecortada, relató los acontecimientos. Era el padre del joven que yacía en el suelo, sin signos de vida. Con una mezcla de dolor y determinación, explicó que su hijo, Carlos Gabriel López Aguerre, de tan solo 29 años, había tenido una disputa con otra persona momentos antes. Carlos, vecino del barrio Los Teros, era conocido en su entorno, y su presencia habitual por la zona hacía que su muerte se sintiera aún más impactante entre los vecinos, muchos de los cuales se asomaban desde las ventanas o permanecían en la vereda, observando con inquietud.
El testimonio del padre no terminó ahí. Aportó una descripción detallada del presunto agresor, señalando que aún permanecía en el lugar. La presencia del supuesto atacante, un hombre de 24 años, fue confirmada poco después por los efectivos que acudieron al llamado. Al notar la llegada de la Policía, el joven intentó escapar, pero su intento fue rápidamente frustrado por los agentes, quienes lo detuvieron sin mayores incidentes. Durante el primer registro, no encontraron elementos incriminatorios en su poder, lo que generó más preguntas que respuestas entre quienes observaban desde las cercanías.
La escena era desoladora. En el suelo, Carlos Gabriel presentaba dos heridas punzantes en el tórax, las cuales, según una evaluación inicial, sugerían un ataque violento y directo. Estas lesiones dejaron pocas dudas sobre la naturaleza del enfrentamiento. La gravedad de la situación llevó a los oficiales a solicitar de inmediato la presencia de una ambulancia, aunque el desenlace ya parecía inevitable. La incertidumbre en los rostros de los policías contrastaba con la mezcla de tristeza y desconcierto que se reflejaba en el padre de la víctima, quien permanecía en el lugar, observando en silencio.
Un posterior rastrillaje por las inmediatas resultó clave para el avance de la investigación. En un rincón apartado, no muy lejos del lugar de los hechos, los efectivos encontraron un arma blanca de fabricación casera. Este objeto, aparentemente utilizado en el ataque, era una pieza improvisada, pero efectiva, que ahora se convertía en una evidencia crucial para el esclarecimiento del caso. El hallazgo agregó un matiz más sombrío al incidente, evidenciando la violencia con la que se había desarrollado el conflicto.
El jefe de Policía de Salto, el comisario general retirado Carlos Ayuto, llegó al lugar poco después, acompañado por un equipo que buscaba asegurar la escena del crimen. Ayuto, reconocido por su experiencia en el manejo de situaciones críticas, supervisó cada detalle mientras coordinaba con el fiscal asignado al caso, Augusto Martinicorena. Ambos discutieron las próximas medidas, conscientes de la gravedad del hecho y de la necesidad de actuar con precisión para garantizar que se haga justicia.
A medida que se desarrollaron las investigaciones, los vecinos del barrio Nuevo Uruguay, conocidos por su carácter tranquilo y solidario, comenzaron a compartir sus impresiones. Algunos mencionaron haber escuchado gritos y un altercado poco antes de que llegara la Policía, pero las versiones eran confusas. Las palabras de los residentes reflejaban tanto el impacto del hecho como el temor que genera una situación de violencia tan cercana. "Esto no pasa aquí, nunca pasa algo así", murmuró una vecina, mientras abrazaba a su hija pequeña, quien observaba curiosa desde la puerta de su casa.
En paralelo, las autoridades avanzaban con el procedimiento habitual en estos casos. El fiscal Martinicorena instruyó la recolección de todas las pruebas posibles, mientras que el equipo forense inspeccionaba cuidadosamente el área. El arma hallada fue enviada para un análisis más exhaustivo, con el objetivo de determinar si coincidía con las heridas encontradas en la víctima. Por su parte, el detenido sería trasladado a una comisaría local para ser interrogado en profundidad. Aunque hasta ese momento no había pruebas directas que lo vincularan al ataque, los investigadores consideraron la posibilidad de que los antecedentes del hombre, junto con los testimonios y las pruebas reunidas, ofrecieran un panorama más claro.
El ambiente en la escena del crimen permanecía tenso, con la calle parcialmente cerrada y las luces de los patrulleros iluminando el área mientras caía la noche. La comunidad, consternada, intentaba similar lo sucedido. Algunos vecinos se acercaban tímidamente a los efectivos para ofrecer su versión de los hechos o simplemente expresar su indignación por lo ocurrido.
El barrio Nuevo Uruguay, que hasta ese momento había sido escenario de una rutina apacible, se encontró de repente sumido en una atmósfera de duelo y desconfianza. Aunque la Policía y la Fiscalía trabajaron para esclarecer los detalles del incidente, las cicatrices emocionales entre los residentes tardarían mucho más en sanar. La escena del crimen, marcada por las cintas de precaución y los murmullos de quienes se congregaban alrededor, se transformó en un recordatorio de la fragilidad de la convivencia, incluso en los lugares donde la violencia parece ser una realidad lejana.
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