El hallazgo de aguas termales en 1941 marcó el inicio de un legado cultural y turístico único en la región.
Un hallazgo accidental en 1941 marcó el inicio de una tradición termal en Uruguay, transformando la región en un destino turístico y cultural clave.
En la madrugada del 5 de enero de 1941, el silencio de las llanuras de Salto se rompía con el zumbido de una perforadora. Bajo las estrellas, un grupo de hombres trabajaba sin descanso, buscando oro negro, el petróleo que prometía cambiarles la vida. Era un sueño ambicioso, de esos que hacen que el aire se llene de expectativas. Y, de golpe, sucedió: el suelo escupió algo con fuerza, pero no era el crudo que todos esperaban. Era agua. Agua caliente, hirviendo, que brotaba como si la tierra estuviera celebrando algo que ellos aún no entendían.
El primer instinto fue tapar el pozo. "Esto no sirve", se escuchó entre los murmullos de decepción. Pero hubo una familia, los Sitrín, que no quiso rendirse. Con una mezcla de curiosidad y esperanza, insistieron en conservar lo que parecía un error del destino. ¿Y si este hallazgo tenía otro propósito? Esa terquedad fue el comienzo de una historia que cambiaría la región para siempre. Allí, en ese rincón del norte uruguayo, nacían las primeras termas.
Al principio, no había nada más que agua y tierra. Pero esa agua tenía algo especial. Era cálida, reconfortante, como un abrazo que venía desde las entrañas del mundo. La noticia corrió rápido. Los vecinos llegaban con baldes, los niños chapoteaban en los primeros charcos improvisados. Lo que había empezado como un accidente técnico se transformó en un lugar donde la gente se reunía, conversaba, y, por qué no, soñaba un poquito.
Con el tiempo, el boca a boca hizo lo suyo. "Dicen que esas aguas curan", comentaban en las ferias. Llegaron los primeros curiosos, después los primeros turistas. Se levantaron piscinas rudimentarias, y así, casi sin planearlo, se fundaron las Termas del Arapey. La naturaleza y la necesidad habían conspirado para crear un lugar único, un rincón de relajación en medio de la vida agitada.
Mientras tanto, el Daymán, que se encuentra más cerca de la ciudad, tardó un poco más en ganar su lugar. Fue años después que se empezó a explotar este nuevo recurso. Las Termas del Daymán nacieron con un enfoque distinto, combinando turismo y bienestar. Sus aguas, también ricas en minerales, alcanzan temperaturas de hasta 42 °C y son famosas por sus propiedades terapéuticas. ¿Dolores de articulaciones? ¿Estrés acumulado? Muchos aseguran que un rato en el agua caliente del Daymán puede obrar milagros.
Este enero de 2025 se cumplen 84 años desde aquel hallazgo accidental. Hoy, las Termas del Arapey no son solo un destino turístico; son un emblema de Salto y de Uruguay entero. Las piscinas modernas, los hoteles y los servicios son un testimonio de cómo algo tan simple como el agua puede transformar una región. Pero lo más impresionante sigue siendo la conexión que se siente al estar allí. Es como si cada gota de esas aguas termales llevara consigo la memoria de aquel día de 1941, cuando todo comenzó con una perforadora, un error y una familia que se atrevió a soñar diferente.
En el paisaje actual, los visitantes caminan con toallas al hombro, los niños ríen mientras chapotean, y los adultos se relajan en las aguas, olvidando por un rato las preocupaciones del día a día. Sin embargo, si uno se detiene a mirar, todavía puede imaginar a esos primeros hombres, cansados pero llenos de determinación, observando el agua brotar y preguntándose qué hacer con ella.
Es curioso cómo la vida encuentra formas de sorprendernos, de redirigir nuestros caminos cuando menos lo esperamos. Lo que empezó como un error técnico se convirtió en un legado cultural, un lugar donde el tiempo parece detenerse. Así es como nacen las grandes historias, no con grandes discursos ni planes perfectos, sino con momentos simples que, con el tiempo, revelan su verdadero valor.
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