El emotivo adiós al periodista estuvo lleno de homenajes, aplausos y recuerdos que marcaron su legado en el periodismo.
El último adiós al periodista estuvo marcado por emotivos homenajes, una ceremonia íntima y la presencia de amigos y admiradores.
Este lunes, la ciudad se movía al ritmo de un calendario que casi no se sentía. Faltaban pocas horas para el fin del año, pero a las 15:20, el tiempo pareció detenerse en un rincón del Hospital Italiano. Jorge Lanata, la voz de tantas polémicas, historias y opiniones, dejó de estar. No fue una noticia inesperada, pero cuando llegó, golpeó como si lo fuera. Silencios largos en los pasillos, cabezas que se bajaban, y el murmullo incesante de los teléfonos llevaban el eco de la noticia por todas partes.
Esa noche, la Casa de la Cultura en Avenida de Mayo abrió sus puertas. No era una velada alegre ni un evento cualquiera. Desde las 23:30, colegas, amigos y desconocidos que lo habían escuchado toda su vida caminaron por ese lugar. Algunos con la mirada perdida, otros con pasos seguros pero gestos apagados. Las palabras sobraban, pero el silencio no alcanzaba. Hasta las dos de la madrugada, las visitas se sucedieron. Luego, la pausa. A las siete del martes, como si la noche no hubiera terminado, las puertas volvieron a abrirse.
El martes tenía un aire extraño. El sol de fin de año brillaba en Avenida de Mayo, pero el ambiente era pesado, como si la ciudad misma llevara el luto. Poco antes del mediodía, a las 11 en punto, el coche fúnebre llegó al número 575. Allí, la multitud que se había congregado, en un acto casi coreografiado, formó un pasillo humano. Aplausos, voces que gritaban su nombre, y el sonido, primero tímido, de las estrofas del Himno Nacional Argentino comenzaron a llenar el lugar. La gente que estaba allí no tenía dudas: Lanata había sido un defensor de la democracia, un crítico constante, y alguien que no dejaba a nadie indiferente.
Elba Marcovecchio, su esposa, llegó antes de que el coche arrancara. No estaba sola. Bárbara y Lola, las hijas de Lanata, también estaban allí, acompañándola con una fortaleza que parecía casi ensayada, pero que segura nacía del amor. Ninguno de ellos habló con los medios. Había cámaras, preguntas sin hacer, pero la familia no tenía nada que decir. Elba, en cambio, eligió expresarse de otra manera: una breve historia publicada en sus redes. Sencilla, pero con un peso que se sentía entre las líneas.
A las 11:40, el coche fúnebre arrancó su marcha. Una camioneta negra iba adelante, cargando una corona de flores grande, con el nombre de Jorge Lanata en el centro. La procesión avanzaba despacio, entre aplausos y gestos de despedida. Algunos de los presentes tocaban el capó del coche, dejando en ese gesto un último adiós, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
El destino final era Florencio Varela, donde esperaba el Cementerio Campanario Jardín de Paz. En la Ruta 2, el kilómetro 34,2 parecía más lejano que nunca, aunque el camino estaba despejado, como si el tránsito hubiera decidido rendir homenaje en silencio. Allí, solo los más cercanos podrían entrar. El adiós sería íntimo, lejos del bullicio, pero cargado de emociones. Pasadas las 12 del mediodía, el coche llegó, y minutos después, el resto del cortejo. El tiempo parecía haber sido detenido otra vez.
En el cementerio, un grupo reducido esperaba en silencio. Cuatro personas bajaron el féretro con cuidado, llevándolo hasta la capilla. Una misa breve se celebró en su honor, un espacio para los recuerdos y las despedidas personales. Aunque fue una ceremonia privada, algunos compañeros de trabajo estuvieron presentes. Rostros conocidos de Radio Mitre y Canal Trece se mezclaban con la familia, todos allí por lo mismo: despedir a alguien que había marcado sus vidas.
El lunes por la noche, durante el velatorio, las primeras en llegar fueron Bárbara y su madre, Andrea Rodríguez, seguida de Lola, la hermana menor, y Sara Stewart Brown. Elba llegó poco después, con sus dos hijos, Valentino y Allegra. A medida que la noche avanzaba, figuras públicas comenzaron a aparecer. Eduardo Feinmann, Ernesto Tenembaum y Nacho Otero fueron algunos de los primeros en presentarse. También llegó Luis Majul, que se tomó un momento para hablar con la prensa y compartir recuerdos. Alfredo Leuco, visiblemente afectado, se sumó más tarde, acompañado por su hijo Diego.
El martes temprano, antes del traslado, otros rostros conocidos se acercaron al lugar. Fernando Bravo llegó con un gesto tranquilo pero cargado de respeto. Las horas avanzaban, pero cada minuto tenía un peso distinto. Cuando finalmente el cortejo partió hacia Florencio Varela, los aplausos continuaron, como un eco que se resistía a desaparecer.
El último tramo del viaje rápido fue. La autopista estaba despejada, como si la ciudad misma quisiera facilitar el camino. A las 12:30, el cementerio recibió los restos de Lanata. Afuera, algunos seguidores esperaban en silencio. Adentro, las despedidas finales se daban con respeto y amor. El féretro fue llevado lentamente hasta la capilla, donde una ceremonia íntima cerró ese capítulo.
Entre lágrimas, aplausos y un silencio que decía más que cualquier palabra, Jorge Lanata se fue, pero dejó una marca que seguirá resonando.
Únete a nuestro canal de WhatsApp
Haz clic aquí para unirteDescarga nuestra app para acceder a Salto al Día en tu móvil:
Descargar App (ZIP)