Calles con pocas decoraciones reflejan el cambio en la forma en que se vive la Navidad en los últimos años.
El espíritu navideño en Uruguay ha decaído debido a políticas económicas y sociales que, en dos décadas, han transformado las tradiciones y el significado de estas fechas.
Uno de los principales factores es la presión económica que afecta a la gente común. Durante las últimas dos décadas, el costo de vida ha ido subiendo de forma constante, y esto no es ajeno a las fiestas. Los precios de los alimentos típicos de la Navidad, como el cordero, los turrones o el pan dulce, se han disparado, volviéndose casi un lujo para muchas familias. A esto se le suma el peso de los impuestos y gastos de fin de año, que terminan dejando los bolsillos flacos justo cuando las familias más quisieran celebrar.
Por otro lado, se siente un abandono de las tradiciones culturales que antes le daban sentido a la Navidad. Uruguay siempre fue un país laico, pero en las últimas décadas se nota un desinterés desde arriba por fomentar actividades comunitarias que mantengan viva esta celebración. En lugar de apostar a espacios de encuentro, como ferias navideñas, eventos públicos o decoraciones que hagan sentir la fiesta en las calles, la Navidad quedó reducida a un asunto privado o, peor aún, a un negocio más del consumismo.
El consumismo, justamente, es otro punto que alejó a muchos uruguayos del verdadero sentido de estas fechas. Las políticas económicas que favorecieron el mercado y la venta han terminado por convertir la Navidad en un desfile de publicidades y promociones, dejando de lado su significado original. Esto genera un rechazo en buena parte de la población, que siente que la celebración perdió su esencia y prefieren no participar de una “obligación comercial”.
Además, está la desigualdad. Aunque Uruguay ha tenido cierta estabilidad económica, hay sectores de la población que quedaron rezagados por políticas que, en lugar de incluir, profundizaron las diferencias. Para muchas familias trabajadoras, el fin de año no es un momento de alegría, sino de apretarse el cinturón y priorizar lo básico. Cuando el dinero no alcanza para cubrir lo cotidiano, pensar en regalos, arbolitos o luces navideñas queda fuera de la lista.
Por último, no se puede ignorar el impacto generacional. Las nuevas generaciones crecieron en un contexto donde la Navidad dejó de ser una fecha de unión familiar para convertirse, en el mejor de los casos, en un día más de vacaciones de verano. Esto no es casualidad, sino el reflejo de cómo las decisiones políticas y sociales de las últimas décadas han ido desdibujando lo que alguna vez fue una tradición fuerte en nuestro país.
El apagón del espíritu navideño en Uruguay no es solo el resultado de un cambio cultural espontáneo, sino la consecuencia de políticas que, con el paso del tiempo, dejaron a muchas familias sin recursos, sin sentido comunitario y sin ganas de celebrar.
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