El acceso a alimentos frescos y nutritivos se vuelve un lujo en Uruguay, mientras los precios siguen disparándose.
Los precios de alimentos saludables como frutas, verduras y pescado se disparan, convirtiendo una dieta equilibrada en una utopía inaccesible para muchos uruguayos. ¿Qué está haciendo el gobierno?
¿Qué significa llevar una vida saludable hoy en Uruguay? Tal vez pensaste en frutas frescas, verduras orgánicas, pescado recién salido del mar y una dieta equilibrada llena de omega 3. Pero si te dijera que en el Uruguay de 2025, esa vida saludable está reservada solo para unos pocos privilegiados, ¿me creerías?
Desde hace algún tiempo, las frutas y verduras han dejado de ser una opción accesible para la mayoría de los uruguayos. Una simple ida al supermercado puede ser una pesadilla para quienes intentan seguir una dieta saludable, con precios que suben como la espuma y productos frescos que se vuelven un lujo que solo unos pocos se pueden permitir. ¿Un ananá por 150 pesos? ¿Un filete de merluza casi inalcanzable? En pleno siglo XXI, llevar una alimentación saludable no solo requiere esfuerzo, sino también una billetera bien llena. Y la pregunta que se nos viene a la mente es: ¿quién puede permitírselo?
La dura realidad de las frutas y verduras en Uruguay
Hace no mucho tiempo, comprar una sandía para compartir con la familia durante un día caluroso de verano era una actividad cotidiana y económica. Hoy en día, ese lujo parece una quimera. Las frutas, especialmente las tropicales, se han disparado en precio. No solo el ananá, sino también la papaya y el mango, productos que antes eran considerados parte de nuestra dieta estándar, hoy se han convertido en una especie en peligro de extinción en muchas casas uruguayas.
¿Por qué? El aumento de los precios no tiene una sola explicación, pero entre los factores que se citan, el cambio climático y la escasez de mano de obra agrícola juegan un papel preponderante. Pero lo que más sorprende es cómo el mercado ha permitido que los productos locales, que se cultivan en nuestras tierras, se eleven a precios tan inaccesibles. Si antes un kilo de tomates te costaba unos 50 pesos, ahora se puede superar los 100, dependiendo de la estación. No es una cuestión de lujo, es simplemente una necesidad básica que se ha vuelto una carrera de obstáculos.
El pescado: imposible para muchos
Si pensaste que comer saludable podría ser más fácil con el pescado, piénsalo de nuevo. El Uruguay, rodeado de océanos, con una gran tradición pesquera, parece tenerlo todo a su alcance para proporcionar pescado fresco a precios accesibles. Pero la realidad es otra: el pescado, ese alimento lleno de omega 3, sigue siendo casi inalcanzable para una gran parte de la población.
Un filete de merluza puede costar hasta 350 pesos, y si hablamos de un pez más exótico o importado, los precios ascienden aún más. La falta de control en los costos, sumada a los altos precios de la pesca industrial y la oferta limitada, hacen que el pescado fresco sea un producto para unos pocos. Para muchos uruguayos, la alternativa es la carne, aún cuando las advertencias sobre los riesgos del consumo excesivo de carne roja son cada vez más frecuentes.
En teoría, el pescado debería ser una alternativa saludable, pero la economía no da tregua. Si bien la demanda de pescado en la región ha crecido, el acceso sigue siendo una utopía para las clases medias y bajas.
El precio de la salud: ¿es una opción o una obligación?
Vivir de manera saludable debería ser algo sencillo. Como sociedad, nos vendieron la idea de que comer bien es solo una cuestión de voluntad. Pero la realidad nos muestra lo contrario. Para muchas personas, la opción de una dieta equilibrada es solo eso: una opción. Y esa opción se convierte en un gasto extraordinario que no todos pueden permitirse.
La evidencia está en las estadísticas: la obesidad infantil, la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares están en aumento. Mientras tanto, los alimentos procesados y las opciones de baja calidad siguen siendo los más baratos y accesibles. La paradoja es clara: por más que sepamos lo que es saludable, por más que entendamos los beneficios de las frutas, las verduras y el pescado, las alternativas más baratas son las que terminan predominando en las mesas de miles de uruguayos.
Es común ver familias enteras que sacrifican la calidad por la cantidad. ¿Cómo no hacerlo si una bolsa de fideos cuesta menos que un kilo de espinacas? La oferta de comida rápida y ultraprocesada, siempre barata y fácil de conseguir, se convierte en una solución temporal, pero con consecuencias a largo plazo. El aumento de enfermedades relacionadas con la mala alimentación es, en parte, el reflejo de una población que, por cuestiones económicas, se ve forzada a abandonar la idea de una dieta saludable.
¿Qué tiene que hacer el gobierno?
Es hora de que el gobierno de Uruguay tome cartas en el asunto. Si bien hay políticas en marcha para combatir la obesidad y fomentar hábitos saludables, es necesario que se aborden los problemas estructurales de la economía alimentaria. El Estado tiene la capacidad de regular los precios de productos esenciales como frutas, verduras y pescado, y debería utilizarla para garantizar que todos los uruguayos tengan acceso a una alimentación adecuada.
Además, es urgente fomentar la producción local de alimentos frescos a través de subsidios o incentivos a los pequeños y medianos productores. No solo para asegurar el abastecimiento, sino también para mantener los precios accesibles. La agricultura uruguaya, que históricamente ha sido un pilar económico, debería ser apoyada de manera más contundente para garantizar una oferta más variada y accesible.
El futuro de la alimentación saludable en Uruguay: una necesidad urgente
La posibilidad de llevar una vida saludable no debe ser un lujo para los pocos que pueden permitírselo. Debería ser un derecho al alcance de todos. Uruguay tiene los recursos, la tierra, y el conocimiento necesario para garantizar que cada ciudadano pueda acceder a los alimentos que necesita para vivir una vida sana y plena. Pero para que eso suceda, es necesario que el gobierno implemente políticas económicas que favorezcan el acceso a productos frescos y nutritivos a precios justos.
Mientras tanto, la promesa de una vida saludable sigue siendo una meta distante para la mayoría, atrapada entre los altos precios y una economía que no se adapta a las necesidades básicas de la población.
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