La tradición carnavalesca se ha desdibujado, dejando un desfile que ya no refleja la esencia de la fiesta popular.
De desfiles llenos de colores y risas a un evento que causa vergüenza, el carnaval de salto vive su crisis más profunda
Hace no tanto, el Carnaval en Salto era una explosión de colores, música y alegría que invadía cada rincón de la ciudad. Las mascaritas salían a las calles a repartir risas y bromas, los cabezudos hacían las delicias de chicos y grandes, y las murgas, con sus letras filosas, pintaban realidades mejor que cualquier político en campaña. Hoy, ¿qué queda de eso? Un desfile que, en lugar de orgullo, genera vergüenza. "Me da cosa verlo, parece que desfilaran con TNT del más barato", dice un vecino, resignado. Y no es el único que lo piensa.
Salto Al Día salió a las calles para conocer de primera mano esta realidad y conversar con los vecinos. Las opiniones recogidas no hacen más que confirmar lo que ya se palpa en el aire. “Esto ya no es Carnaval, esto es cualquier cosa”, comenta Marta, una salteña que recuerda con nostalgia los años en que las calles se llenaban de mascaritas y el pueblo entero salía a divertirse. "Antes se armaban unos bailes improvisados, todo el mundo se disfrazaba, hasta los niños. Ahora parece un desfile escolar mal organizado".
En los años dorados del Carnaval salteño, las mascaritas y los cabezudos eran protagonistas. No necesitabas un traje de miles de pesos ni una carroza fastuosa. Bastaba con una peluca, un vestido prestado y ganas de hacer reír. Mujeres y hombres se disfrazaban y salían a la calle con un único objetivo: divertir. Se escondían detrás de una máscara y, por unas horas, todo estaba permitido. Los cabezudos, con sus enormes cabezas de cartón pintadas a mano, bailaban al ritmo de los tambores, llevando alegría y un toque de surrealismo a la fiesta.
Hoy, esas mascaritas y cabezudos son un recuerdo lejano. Ya no hay hombres con vestidos haciendo chistes ni mujeres disfrazadas de personajes estrafalarios. Las calles de Salto ya no rugen de carcajadas durante el Carnaval. ¿Qué pasó? Se perdió la esencia. Esa esencia que hacía que el Carnaval fuera una fiesta popular, del pueblo y para el pueblo. Ahora, lo que queda es un evento vacío, sin alma ni emoción.
Allá por 2010, el entonces intendente Germán Coutinho decidió que el Carnaval debía "modernizarse". La fiesta que históricamente se hacía en la calle Uruguay se trasladó a un corsódromo en las afueras. ¿El resultado? Un bajón. La gente ya no podía ver el desfile desde la vereda de su casa. Había que irse hasta el corsódromo, pagar una entrada y sentarse en unas gradas frías. Lo que antes era una fiesta popular y accesible, pasó a ser un evento privado y elitista. Y así, poco a poco, el Carnaval empezó a morir.
Cuando Andrés Lima asumió como intendente, muchos esperaban un cambio. Se habló de revivir el Carnaval, de recuperar las tradiciones. Se inauguró la llamada "Avenida del Samba" y se intentó traer comparsas de otros lados para darle un toque más regional. Pero nada de eso prendió. La inversión fue escasa y la organización, desprolija. Las murgas, que antes eran el alma del Carnaval salteño, empezaron a desaparecer. De haber varias agrupaciones, pasamos a tener una sola. Una sola murga, en una ciudad que antes vivía por y para el Carnaval.
Mientras en Salto el Carnaval se apaga, en ciudades vecinas como Concordia y Artigas, la fiesta crece. Los desfiles de Concordia son espectaculares, con trajes elaboradísimos y música que te sacude el alma. En Artigas, ni qué hablar: el Carnaval es una verdadera celebración de la cultura local, con una inversión millonaria y un compromiso comunitario admirable. Es un espejo que duele. Porque mientras ellos avanzan, nosotros retrocedemos.
En Salto, en cambio, la imagen es otra. "Parece que están desfilando con ropa comprada en el almacén de la esquina", comenta una vecina. Los trajes son pobres, las coreografías improvisadas y la energía, casi nula. Es difícil no comparar y sentir vergüenza. Los vecinos lo dicen sin pelos en la lengua. “Esto es una caricatura de lo que era el Carnaval”, asegura Ernesto, que lleva más de 50 años viviendo en Salto y ha visto cómo la fiesta se desmorona año tras año.
El declive del Carnaval en Salto es más que una anécdota cultural. Es un reflejo de la gestión política de los últimos años. Falta de inversión, decisiones desacertadas y una desconexión total con lo que la gente quiere y necesita. No se trata solo de plata. Se trata de recuperar las tradiciones, de devolverle al pueblo una fiesta que le pertenece. Se trata de escuchar a los vecinos, de darles espacio para participar, de permitirles volver a ser protagonistas del Carnaval.
Recuperar el Carnaval no es imposible. Pero hay que empezar por lo básico: devolverlo a la calle Uruguay, invitar a la gente a participar, darles el protagonismo que nunca debieron perder. Porque el Carnaval, al final, no es solo un desfile. Es una celebración de la identidad salteña. Y dejar que muera es, en el fondo, dejar morir una parte de nosotros mismos. Como dijo una vecina: "El día que Salto pierda su Carnaval, es el día que perdemos la alegría".
Únete a nuestro canal de WhatsApp
Haz clic aquí para unirteDescarga nuestra app para acceder a Salto al Día en tu móvil:
Descargar App (ZIP)