El aumento de apuñalamientos y la falta de denuncias refleja el miedo y la desconfianza en la seguridad de la ciudad. IMAGEN ILUSTRATIVA.
Los apuñalamientos no cesan en Salto, y la falta de denuncias pone en evidencia la desconfianza de los ciudadanos hacia el sistema de justicia. La violencia crece sin freno.
Salto parece no poder escapar de un ciclo de violencia que cada vez se hace más cotidiano. Los titulares de los últimos días, repletos de noticias sobre apuñalamientos, no dejan lugar a dudas: la ciudad está atravesando un momento crítico. El miércoles, dos nuevos casos de heridas de arma blanca se sumaron a una lista que parece no tener fin. Dos hombres, uno de 34 y otro de 23 años, fueron trasladados al Hospital Regional con lesiones profundas, producto de una violencia absurda y sin sentido.
El primero fue atendido tras ser agredido en la mano izquierda, un incidente que ocurrió en la intersección de las calles Pascual Harriague y Monpoey. A pesar de la gravedad de la herida, el hombre no aportó detalles sobre el agresor y, lo que es aún más preocupante, se negó a presentar una denuncia. Horas más tarde, otro joven de 23 años ingresaba al hospital, con una herida cortante en la pierna derecha. En este caso, la reacción fue la misma: no quiso colaborar con la investigación y rechazó cualquier tipo de trámite.
¿A qué estamos asistiendo? La violencia con cuchillos ya no es una sorpresa en las noticias locales. Es la norma. Y lo que se agrava aún más es la falta de voluntad de las víctimas para que se haga justicia. Vivir en Salto hoy es convivir con el miedo constante de que, al dar un paso en falso, cualquier discusión o malentendido pueda escalar en una tragedia.
El porqué de la falta de denuncias también genera alarma. ¿Es miedo a las represalias? ¿Desconfianza en el sistema judicial? La respuesta, probablemente, radique en una mezcla de ambos factores. Cada vez más, la gente siente que sus denuncias no tendrán efectos reales, que las puertas de la justicia permanecen cerradas cuando lo que se necesita es que estén abiertas.
El Estado, en este contexto, parece estar ausente. El gobierno debe tomar medidas urgentes para frenar esta violencia creciente, que ya no solo afecta a quienes se ven involucrados en los hechos, sino a toda la comunidad. Se necesita un plan integral de seguridad, que pase por la prevención, el fortalecimiento de las fuerzas de seguridad y la creación de espacios de contención para los más jóvenes. Salto no puede seguir siendo la ciudad de las cuchilladas. Necesita cambiar, y necesita hacerlo ya.
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