El impacto del largo receso estival en el aprendizaje escolar es más grande de lo que se cree, afectando habilidades clave.
El estudio de la Facultad de Psicología señala que las vacaciones largas, especialmente para algunos grupos, profundizan las desigualdades educativas en Uruguay.
Isabella Hartmann
Como periodista de Salo Al Día, cubro transformaciones sociales, avances tecnológicos, política y desafíos ambientales desde Uruguay.
Lo sabemos todos. Llega el verano y las mentes de los estudiantes uruguayos se liberan de los libros y cuadernos. En el país, los chicos se toman un merecido descanso de nada menos que ¡12 semanas! Un regalo para algunos, una pesadilla para otros. Pero, ¿realmente esas interminables semanas de vacaciones son tan positivas como se creen?
El dato está ahí, innegable. Uruguay tiene el receso estival más largo del mundo, el doble de lo que se toma un estudiante en Reino Unido, Alemania o Suiza. Mientras los padres planifican viajes y los chicos disfrutan del sol y la playa, algo mucho menos visible comienza a suceder: la “pérdida de verano”, ese fenómeno mundial que, lejos de ser un concepto exclusivo de los Estados Unidos, nos alcanza también. En términos más sencillos, ¿qué pasa con los aprendizajes? La respuesta podría sorprenderte.
En este mar de descanso y desconexión, las habilidades de los estudiantes, especialmente en matemáticas, se ven afectadas. Y no estamos hablando de un descenso sutil, sino de un “reseteo” que lleva a los alumnos a perder los avances alcanzados durante el ciclo lectivo. Pero lo más desconcertante de todo es que, según un reciente estudio de la Facultad de Psicología de Uruguay, el impacto es mucho más grande en ciertos hogares, aquellos con menos estímulos educativos.
El psicólogo Pablo Araújo, autor de la investigación, alerta sobre algo que muchos ya sospechábamos pero pocos querían admitir: los hijos de madres con niveles educativos más bajos experimentan una caída mucho más pronunciada en sus capacidades matemáticas. Y aunque todos los chicos vivan en el mismo barrio y asistan a la misma escuela, los factores invisibles de la crianza juegan un papel crucial. Esta “pérdida de verano” no discrimina en cuanto a clases sociales o edades, pero su magnitud sí varía.
¿Acaso el tan esperado descanso está haciéndole más daño que bien a los estudiantes de Uruguay? Al principio puede sonar exagerado, pero los números son claros: la brecha educativa se profundiza, y el regreso a las aulas se convierte en un verdadero reto. Los maestros saben que el primer mes del año escolar se dedica casi exclusivamente a recuperar lo perdido en esos largos meses de vacaciones. Sin embargo, los más perjudicados no son todos los estudiantes por igual.
Es interesante cómo este fenómeno parece tener un rostro aún más agudo en aquellos que deberían tener un contexto educativo más enriquecido. Se habla de una “pérdida” que no solo afecta a las matemáticas, sino a toda una estructura de aprendizaje simbólica. Combinaciones de números, letras y signos matemáticos, en las cuales se desempeñan todos los niños en su día a día, se desvanecen como si hubieran sido borrados por una borratina invisible.
Y entonces, la pregunta es la siguiente: ¿están las vacaciones de verano de los estudiantes uruguayos tan desmedidas como parece? O peor aún, ¿estamos enfrentando un sistema educativo que, lejos de ofrecer un descanso reparador, contribuye a aumentar las desigualdades entre los niños y las niñas del país?
El panorama se vuelve aún más complejo cuando se observa el impacto que tiene la educación en el hogar. Aquellos niños cuyas madres han tenido menos acceso a la educación formal se enfrentan a un obstáculo adicional. En estos hogares, las semanas de vacaciones no son solo un descanso mental para los niños, sino una desconexión total. Menos estímulos, menos oportunidades de aprender, y cuando llega el regreso a la escuela, ese “reseteo” es mucho más difícil de superar.
La solución no es sencilla. En primer lugar, entender que el tiempo fuera de la escuela también es una oportunidad para aprender de otras formas es crucial. Pero a la vez, debemos cuestionarnos si un receso tan largo es realmente una buena opción en un país que enfrenta desafíos educativos crecientes.
Ahora bien, no todo está perdido. El sistema educativo puede adaptarse y buscar alternativas que combinen lo mejor de ambos mundos: un descanso adecuado, pero también oportunidades de aprendizaje fuera del aula. Quizás no se trata de eliminar las vacaciones, sino de repensarlas. Incorporar actividades educativas de forma lúdica, sin que se pierda el disfrute del tiempo libre, podría ser una vía para equilibrar lo mejor de ambos mundos.
En resumen, el problema no es el verano en sí mismo, sino cómo gestionamos esa desconexión prolongada. Las vacaciones de verano no deberían ser sinónimo de “desaprendizaje”, sino de crecimiento, creatividad y exploración. El verdadero desafío radica en encontrar un equilibrio en el que los estudiantes, lejos de perder, ganen más durante su descanso. Y para eso, la comunidad educativa, la familia y el sistema en general tienen mucho que trabajar. Mientras tanto, en cada verano que pasa, la oportunidad de mejorar se sigue estirando como una larga sombra sobre los aprendizajes que, por momentos, parecen esfumarse con el calor.
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