Dice la tradición que los objetos materiales que forman parte de la ciudad de los muertos, necrópolis, allí deben permanecer, porque si alguien osará robarlos estaría cometiendo un sacrilegio imperdonable y con consecuencias para los desventurados saqueadores de sepulcros.
Muchas veces el traerse cosas del cementerio, no tiene que ver con el propósito de realizar alguna comercialización que genere ingresos, sino con objetivos rituales y en otras oportunidades con cuestiones afectivas.
No es propósito de esta crónica establecer juicios de valor, sino describir algunas situaciones que ocurren en nuestro cementerio local desde que el mismo existe, en una redacción que se propone ser más ilustrativa que abarcativa.
Del año 1874 es la denuncia presentada ante la Junta Económica Administrativa de accidente-en-salto/">Salto que da cuenta del faltante de una medalla de plata, conmemorativa de la Declaratoria de la Independencia y de un vestido que habrían sido quitados de un sepulcro realizado hace un par de días. Sobre este hecho no hubo respuestas, ya que no se pudo dar con el saqueador, quedando la suposición que podría tratarse de uno de los funcionarios del camposanto o de algún familiar que conociera el detalle, sobre los objetos que acompañaron el cuerpo de la difunta.
Otras formas de profanación resultan igual de siniestras, pero se realizan de forma más precisa y de esto han dado cuenta operarios de la necrópolis, quienes han encontrado rupturas de féretros que se encuentran depositados en panteones y que puntualmente se perfora de forma rústica a la altura de la cabeza para quitar la misma y de ella extraer prótesis de oro y plata. En este caso no se sabe si la elección es aleatoria o se realiza por encargo, ya que se conocen características odontológicas del occiso.
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Adornos de bronce, objetos de plata, o placas de mármol, son moneda corriente en la elección de los saqueadores y resultan, más allá de la insensibilidad y la apropiación de lo ajeno, lo menos tétrico, en comparación con otras prácticas.
Lúgubre resulta, el robo de restos óseos, seleccionados intencionalmente para la realización de un ritual que busca, previo bautismo de los restos crear un guardián del más allá que cumplirá funciones de protección para quien realizó el encargo. El relato que hace referencia al procedimiento nos dice, que, una vez sacados de la necrópolis, se los lleva hasta el río o corriente de agua más próxima, adjudicándole un nuevo nombre y acto siguiente se lo deposita en una urna para ser enterrado en la propiedad de quien hizo el encargo. El destinatario del rito debe una vez por semana proveerle de Alimentos, que guarden relación con los que el fallecido consumía en vida o sea que sean de su agrado. Por lo menos la primera vez, los utensilios utilizados deben ser vírgenes, cumpliendo estos procedimientos se aseguran de la protección del guardián para unos, esclavos del más allá para otros.
En un cementerio de un pueblo de nuestra ciudad, no son muchos los nichos en relación con la historia de enterramientos, lo que hace suponer que, una vez realizada la reducción, los huesos desaparecen o van a parar a una fosa común. Esto llamó mucho mi atención, tanto así que dedique unos días averiguar en el pueblo sobre la extraña situación. De lo recabado por el relato de los vecinos, surge que una vez realizada la reducción y en la creencia del protector del más allá, muchas familias son las que optan por llevarse los restos a su casa para que allí permanezcan como guardianes del umbral.
La perdida de la madre del corazón generó mucho dolor en Luzmila, nombre inventado para preservar la verdadera identidad de la protagonista del relato. Pasado tres años, participó del proceso de reducción del cuerpo, y sabiendo que ese era su último contacto con algo material, quiso traerse parte de los restos para su casa, para no desprenderse del todo y para de alguna manera aplacar su dolor, quizás que así se sentiría acompañada.
Resultó tan fuerte las ganas de aferrase a estos huesos que no atendió la advertencia de su tío abuelo que le indicaba que de esta manera perturbaría el descanso y la paz eterna de la difunta.
Esa noche mientras cocinaba, sintió pasos bajando por la escalera, donde si bien no esperaba visitas, podría tratarse de su padre. Esto ocurrió en tres oportunidades y en todas, a nadie pudo ver a través del vidrio de la puerta. Como un lejano eco volvió a escucharse la voz del tío abuelo que le decía; “Te dije y no me hiciste caso, que esto pasaría y seguirá pasando si no devolvés esos huesos gurisa”. Meses de extraños fenómenos hicieron que por fin llevase los restos al cementerio y solo así recobrasen la tranquilidad.
Teóricos del patrimonio funerario inglés, afirman que, para conocer las características de un pueblo, primero debe visitarse el cementerio, ya que en el cuidado de los muertos se expresa la concepción de la vida y las diferentes manifestaciones culturales.
Saqueos y misterios en tumbas de cementerios locales
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